Eso mismo pienso yo. Pues eso, porque sí, porque es muy complicado, porque se hace difícil. Te pones raro, hueles diferente, tu cara adquiere otras facciones, proyectas, piensas en viajes, en tu vida, en la de otros, en cómo será esto o aquello. Comparas, ¡ay cuando comparas! Piensas, sientes, ríes, miras y vuelves a pensar. Te cuentas cosas y las compartes, a cada uno una historia diferente. Una especie de extraño mecanismo de autoconvencimiento, diría también de empoderamiento. ¡Ay, escuchas unas palabras también que pa qué! Como queriendo saber cuál de esos relatos es el de verdad, el que más se ajusta a la realidad, el que te define, el que describe ese preciso instante que alumbra los sujetos, los verbos y los predicados. Y los complementos, porque será que no hay complementos, añadidos y condicionantes: los de tiempo, los de lugar, los de modo, los directos y los indirectos; ¿me dejo alguno? Y que no, que a vueltas con la cantinela, el déjate llevar, el venga va, prueba y luego, ya si eso, pues vemos qué, cuándo, cómo, dónde, con quién... Y te analizas, y te piensas, y rememoras situaciones, las más cercanas, las que todavía rezuman de la piel, pero también otras, las que sangran del pecho, las que se adhirieron a golpe de experiencia, de vida y de años. Cada una con un nombre, con un espacio y un tiempo diferentes. Y todas las llevas encima porque quizá no supiste depositarlas, dejar que se asentaran tranquila y mansamente y ya vuelves a tirar nueva arena sobre un mar bravo pero que sigue estancado, que hierve en su quietud, que se remueve y levanta objetos escondidos que pesaban tanto que no se elevaban a la superficie. Pero ya brillan otros cristales, otras piedras, minerales de otros colores y sabores. Y ya todo quiere dar igual y ya todo no quiere importar demasiado y ya todo quiere otra vez, ¿te acuerdas de la anterior?, ¿te importa esa última ocasión?, otra vez, de nuevo, venga va...
Pero luego viene cuando politizas: que si autonomía, que si será libre y abierta, que si hablamos de compañeros, que yo no quiero relaciones de poder, ritmos desiguales, responsabilidades dispares, que si honestidad, que si no hace falta nada de eso. Que sí, que ya se verá. Y, quizá partiendo del privilegio de la libertad o del hastío de la soledad, descubres a otros que tienen relaciones de mierda, normativas, injustas, insulsas, movidas por la inercia y por lo que debe ser, por los roles que ya están marcados de antemano, por la presión social, por la necesidad de autorreconocimiento en otros. Y que, claro, cómo podría ser de otra manera, tú también tuviste. Descubres la complejidad de las relaciones humanas, planteas análisis fáciles, contundentes, obvios, aquello que no te pasará a ti porque, desde la barrera, lo ves tan y tan claro, como no lo viste en su momento cuando estabas con arena hasta los ojos.
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