Pues sí, tal que así empieza este texto. Llevo mucho tiempo a vueltas con estas cuestiones. Tenía otros títulos: algunos igual de contundentes, del tipo "de derrotas y otros menesteres", y otros algo más enigmáticos y apelando a lo emocional que, sin duda, para mí también es político. Se llamaba, y quizá se llamará en otro soporte y para otra ocasión, "Carta a Lucía: yo no quiero este mundo para ti y para los que quieras; tampoco para los que odies y para los que quizá nunca conozcas". Porque sí, porque pensaba en qué regalo hacerle a la niña que crece en el vientre de mi hermana. La que se llamará Lucía. Y se me ocurrió un día que podía intentar algo parecido a lo que me comentó un buen amigo que él, y otros como él, habían hecho para otra niña que iba a ver un mundo que quizá ellos tampoco querían para ella. Decidieron escribirle: darle palabras, emociones, pensamientos, ideas, anhelos, dudas, convencimientos y experiencias. Querían regalarle trozos de vida -de canciones, de sonrisas, de abrazos, de libros- que ella no había visto, ni oído, ni sentido, y que quizá podría hacer suyos, transformarlos, dándoles otra vida. Y en eso que me puse a escribir, pensando en mí tanto como en ella. Haciendo un esfuerzo por legarle no sólo incertezas, rabia o impotencia sino también sueños, quimeras, utopías. Ilusión al fin y al cabo. Unas ganas enormes pero que siento irresistiblemente preñadas de imposibilidades. De saber y conocer nuestro pasado, de ver y oler nuestro presente, de no poder tocar un futuro que va a ser más suyo que mío pero que va a tener más a ver conmigo que con ella. Y en ese punto me siento espectador cuando no consumidor. ¿Pero qué le voy a contar? ¿Qué puedo explicarle? Podría decirle que sentir la injusticia la va a hacer más viva, más despierta, más buena. Especialmente cuando ni siquiera le roce la piel, cuando esté tan lejos como está...
No hay comentarios:
Publicar un comentario