Más que consejos, lo que sigue son advertencias, ciertas precauciones que quisiera compartir con aquellos que topen con este blog. Lo cierto es que debo reconocer mi ignorancia con respecto a la ofimática más elemental. Fíjense que he tenido que consultar la palabreja en el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española -no tengo a mano el teléfono de ninguno de sus miembros; fui atacado en plena calle y no pude salvar mi móvil aunque sí mi dignidad personal de consumidor al hacerme con otro aparato táctil de última generación, por aquello de aparentar- y aún así no las tengo todas conmigo. Me refiero a la adecuación del concepto para lo que en estos instantes estoy haciendo. Por lo demás, éste es un acto consecuencia del más puro y absoluto aburrimiento. Sinceramente, no tenía nada que hacer o, mejor dicho, no tenía ningunas ganas de pensar en hacer algo que me hiciera superar el tedio o el fastidio de iniciar algo que sabía perfectamente que no acabaría. Por lo demás tampoco tengo ningún interés en contarles nada de mi vida privada y cotidiana, ni siquiera de mis pensamientos más íntimos o mis perversiones sexuales, intelectuales o políticas. Lo cierto es que sí voy a hacerlo: unos treinta minutos antes de iniciar esta inesperada incursión en internet estaba cerrando la última página de Plataforma, de Michel Houellebecq, y supongo que la doble sensación de satisfacción y horror por este buen libro me han llevado a tal locura. Nada más, mi cabeza y mis sentidos perciben algo que hacer. Otra vez será, otro día continuaré
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