Definitivamente, Madrid es una ciudad de contrastes. Es una ciudad segregada socialmente -como todas, no nos engañemos-, pero donde te puedes topar, en ese mismo centro urbano gentrificado como tantos otros, con la tabernilla de barrio que muchos soñamos, allí donde tomarte una caña, con su respectiva tapa, por un euro o poco más. Allí donde, pese a la sordidez del lugar -o quizá precisamente por eso-, también te encuentras con el moderno que de tanto que lo es ya está un poco pasaíllo. Es una ciudad también donde, por ejemplo, en el edificio de la COPE, al ladito del Retiro, el Banco de España o el Paseo de Recoletos con su Plaza Colón y su inmenso banderón, exhiben, en una mesita que está nada más pasar el control de entrada -una tontería en comparación con la obsesión securitaria que impregna la Biblioteca Nacional de esta España plural que dedica un homenaje en las paredes de su Salón General a un tal Raimundo Lulio-, varios ejemplares de periódicos. En concreto, frente a frente, Público y La Gaceta. Otros días estaba El Periódico de Catalunya, en castellano, rivalizando con el ADN. Todo ello bajo la atenta mirada de los tertulianos que "debaten" en el programa matutino de Popular TV, que cede parte de su espacio de pantalla a seguir el programa que, en paralelo, se está retransmitiendo, algunas habitaciones más allá, desde la emisora Episcopal. Por si esto no fuera poco -tampo es tanto, la verdad-, el otro día estuve en mi primera manifestación con Rosa Díez, y unos cuantos seguidores de su rosáceo partido -increíble el merchandising, desde paraguas a camisetas y fulares; incluso vi un palestino rosinegro- y, eso me enteré después, con Esteban González Pons. También estaba la progresía, claro; esa que no puede hablar porque resulta que no es experta. Una manifestación donde se coreaban, aparte de algunas otras cosas bastante más de mi agrado, "España hermana, el Sáhara reclama". Pues quizás, ya puestos, hubiese sido mejor que fuera prima, por aquello del "cuanto más se arrima". En todo caso, sigo sin tenerlo muy claro. Como tampoco me ilumina mucho el juicio que un histórico militante libertario madrileño me diga que lo bueno que tenemos en Barcelona, y por extensión Catalunya, sea el nacionalismo. En todo caso, tenía razón en algo, que tenemos una tradición de lucha impresionante, potentísima, que ya la quisiéramos nosotros, me decía. Y también, ahí empecé a entender algo más, que lo que le interesaba del nacionalismo era la idea de generar identidades colectivas, que eso estaba detrás de su militancia en Vallecas, primero en los clubs juveniles de finales de los 60, luego en el Ateneo Libertario ya en los 70, de ahí a la librería colectiva "El Bulevar", pasando después por Onda Verde Vallecana y Radio Vallecas; que si el símbolo de la K, que si "Los Hijos del Agobio", el tema ecologista, el feminista, los Festivales de Rock, la Batalla Naval y el "Vallekas, puerto de mar". Y ahí pensé que ya me gustaría a mí esa tradición aunque siga sintiendo lo que ya dije un día, "yo no soy de esta tierra ni conozco a nadie". Al final, quizá me quedo con la sencillez, la claridad y la contundencia de las cosas aquí en Madrid, para lo bueno y para lo malo, con muchas menos medias tintas que allende el Ebro. Me quedo, finalmente, con la frase que soltó un vecino de Orcasitas en Radio Nacional de España en 1970: "¿Cómo es posible que mientras el hombre llega a la Luna, nosotros en Orcasitas tengamos que cagar en una lata?"